La cerámica producida por los incas, se desarrolló en torno a dos piezas principales: el aríbalo y el plato de asa. La cerámica inca significaba mucho para este pueblo ya que los elementos formaban parte de numerosos rituales y costrumbres tribales.
El Aríbalo. Consistía en un cántaro grande destinado a trasladar líquidos o a contener el licor fermentado de maíz.
El aríbalo era voluminoso, su base cónica, su cuello largo y boca abocinada. A los lados de su abultado cuerpo tenía dos asas o agarraderas junto a la boca, un par de anillitos para pasar cintas de colores; y en la base del cuello, una protuberancia o botón de barro cocido que representaba una cabeza de animal, sirviendo para anudar la cuerda que rodeaba el cántaro y lo aseguraba a las espaldas de su portador. El tamaño del aríbalo oscila entre la miniatura y el cántaro de proporciones majestuosas de hasta metro y medio de altura. Los colores empleados en su ornamentación son rojo, naranja, amarillo, blanco y frecuentemente el negro, lográndose con ellos dibujos severos por lo oscuro y geométricos. Los motivos solían ser rombos, cuadrados, rectángulos, triángulos, círculos y cruces. Todos estos motivos pudieran ser pequeños y finos, contrastando tremendamente con el cuerpo voluminoso del cántaro. Hubo aríbalos tan grandes que no se podían cargar, por lo que se aprovechaba entonces su base cónica hundida y aseguraba en el suelo, para hacerlos girar pesadamente sin que por ello se derramase el contenido.

Los motivos animales pueden ser aves o peces, siempre colocados en sentido opuesto al avanzar de las manillas del reloj. Cuando las aves avanzan en plano horizontal también lo hacen de derecha a izquierda, ocurriendo lo mismo con los peces en el caso que simulan revuelo o confusión, sumándose a esta regla los frutos del ají que siempre apuntarán hacia la izquierda.