Durante el imperio el pueblo romano adopta la costumbre que se convierte casi en una necesidad, de acudir a las termas a diario y pasar allí la mayor parte el tiempo libre.
Durante la república los romanos aprendieron de los griegos la costumbre de habilitar una habitación para el baño en su casa de campo y de la ciudad. Pero también habilitaron las termas públicas. Pero el pudor y la austeridad republicana impiden durante mucho tiempo la creación de baños fuera del círculo familiar.
A finales de la época del Imperio, Roma llega a tener 11 baños públicos (thermae) gratuitos y más de 830 termas privadas. El precio que pedían los propietarios y los arrendatarios era un cuarto de as; los jóvenes no pagan, pero las mujeres sí, y según Juvenal, más que los varones.
En el año 33 a.C. cuando Agripa ocupa su cargo edilicio, este asegura la gratuidad de los baños públicos y seguidamente ordena construir termas; Nerón, Tito, Domiciano, Trajano, Cómodo, Caracalla, Dioclesiano (las mayores) y Constantino.
En realidad, esas termas no son meros edificios en los que uno encuentra muchos y diferentes tipos de baños (la exudación en seco y el baño propiamente dicho, el baño frío y el baño caliente, las piscinas y las bañeras individuales) sino enormes complejos que encierran jardines y paseos, estadios, salones gimnasios y locales para el masaje, bibliotecas y auténticos museos.
En esto consiste la verdadera originalidad de las termas romanas. El cuidado del cuerpo asociado a la curiosidad intelectual. Al ejercicio físico siempre le sigue un baño; el bañista, todavía recubierto de sudor se viste en uno de los vestuarios (apodyteria), para dirigirse a los sudatoria; allí, en una atmósfera de calor, activa la transpiración. Después entra en el caldarium, donde la temperatura es siempre muy elevada y apoyándose en el albrum, puede frotarse la piel con la estrígila; la operación siempre necesita de la ayuda de otra persona y si el bañista no trae consigo a ninguno de sus esclavos es necesario recurrir a la ayud adel personal de las termas, cuyos servicios no son gratuitos.
Cuando el bañista está limpio y seco se dirige al tepidarium para regular el cambio de temperatura y finalmente corre a zambullirse en el agua fría de la piscina (frigidarium). Después del baño, a menudo los amigos se reúnen en los salones de conversación y en lso ninfeos o, si lo prefieren, se dedican a la lectura: bajo los pórticos hay tiendas de proxenetas y taberneros. Muchos, deseosos de sentir calor, para luego tener sed repiten los baños para multiplicar la bebida, por lo que corren riesgo de congestionarse.
Bajo Domiciano y Trajano no existe nada que prohíba a las mujeres bañarse con los hombres; pero a quien no le guste la idea puede acudir a los balneae, reservados sólo a mujeres. Sin embargo, a muchas de ellas con tal de no renunciar a los ejercicios físicos que preceden a los baños, no les importa comprometer su reputación bañándose con los hombres.
Probablemente Adriano introduce la prohibición del baño conjunto entre hombres y mujeres, pero como la planta de las termas ofrece un único tepidarium, un único frigidarium y un único caldarium, es posible que haya que entenderse dicha separación en el sentido de que sea asignado un horario determinado para los baños de los hombres y otro para el de las mujeres. En cualquier caso siempre por la tarde, tras haber despachado asuntos de cada uno y antes de la cena.